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13 January 2011

La actitud agresiva de los padres en el deporte amenaza los grandes valores del juego y perjudica a los niños

El ambiente en la grada está caldeado. El público grita, insulta al árbitro, critica las decisiones del entrenador cuando el equipo pierde, lanza amenazas y maldiciones... Nada que no se vea en cualquier partido de fútbol, sólo que en este caso los jugadores tienen 8 y 9 años. El encuentro se disputó el mes pasado en Sabadell entre dos equipos escolares. “¡Parecía un Barça-Madrid!”, recuerda aún con sorpresa la madre de uno de los niños.
La actitud de muchos adultos cuando sus hijos saltan al terreno de juego es más propia de un hincha fanático, advierten profesionales del deporte infantil y juvenil. Se trata de padres que se quejan continuamente e insultan, presionan en exceso a los niños para que ganen y van a muerte con el árbitro y el rival. Lejos de remitir o estancarse, este comportamiento “es cada vez más frecuente”, indica Carolina Garzo, responsable del área de Esport Escolar de la Generalitat. El deporte escolar mueve cerca de 550.000 alumnos de entre 6 y 16 años cada semana, eso sin contar a los que están federados en clubs deportivos, que superan los 300.000. Dentro de tal cantidad de población, es normal que surja algún padre hooligan; pero la cosa se complica cuando esta figura crece. Albert Puig, secretario técnico de fútbol formativo del FC Barcelona, lamenta que las malas actitudes de algunos padres amenacen los “grandes valores del deporte, como el esfuerzo, la superación personal, el compañerismo o la resistencia a la frustración”. De esta manera, dice, sólo se consigue confundir al niño, estresarlo y que viva el deporte desde una óptica negativa, de confrontación.
El problema, según Puig, está en que los adultos tienen la imagen del deporte profesional grabada. En las grandes ligas, en unas olimpiadas, en un mundial... el objetivo principal está claro: ganar. La selección española de fútbol fue muy criticada porque, hasta hace no mucho, nunca conseguía pasar de cuartos de final en un Mundial. Y la plata de la selección de baloncesto en los últimos Juegos Olímpicos supo a poco después de haber sido campeona del mundo. “Algunos no comprenden que la finalidad en el deporte infantil es distinta”, dice. La victoria queda en un segundo plano. “En el deporte infantil y juvenil el valor pedagógico prevalece, su objetivo debe ser formativo, que el niño se divierta y haga ejercicio”, insiste Àlex Cerdà, encargado del área de ética de la Federació Catalana de Futbol (FCF). Por eso, Cerdà no entiende cómo hay padres que se enfadan tanto y presionan a sus hijos para que venzan a toda costa. “Si un niño ve que sus padres gritan e insultan en los partidos, se sentirá obligado a ganar para satisfacerlos, para que no se enfaden, cada partido se convertirá en una experiencia negativa y llena de tensión”, insiste.
Es en el fútbol donde se han detectado más actitudes inapropiadas, junto al baloncesto y al fútbol sala. Desde el área de Esport Escolar de la Generalitat han llevado a cabo varias campañas para tratar de corregir estos comportamientos. Sin mucho éxito. “Hemos organizado charlas en los colegios, se han publicado folletos con reglas para padres, incluso hemos preparado obras de teatro con la Federació d'Associacions de Mares i Pares de Catalunya (Fapac) para denunciar las malas actitudes, pero la verdad es que no han funcionado”, reconoce Garzo. Por eso ahora se plantean nuevos abordajes, como la entrega de una especie de “notas deportivas”, un documento que los padres recibirían con información sobre los progresos de su hijo en el deporte que practica –si se porta bien, si adquiere los valores adecuados...–. “Así las familias se darán cuenta de que practicar deporte va más allá de jugar un partido los sábados y de las victorias”, dice Garzo. En la FCF proponen a los clubs que entreguen un documento a los padres en el momento de inscribir a los hijos explicando el origen y los objetivos del club, así como los valores que defiende y las normas de comportamiento que todos los socios deben seguir. Algo parecido se ha empezado a aplicar este curso en las escuelas e institutos catalanes con la carta de compromiso educativo, una fórmula para que las familias se sientan vinculadas al centro y se comprometan a seguir una reglas.
Garzo aboga también por formar a los niños en “juego limpio” para así corregir a los padres exaltados. “Si ven que sus hijos solucionan los conflictos del juego sin alterarse demasiado, no tendrán razón para enfadarse”, opina. En la sección de fútbol formativo del Barça prohíben además que los padres acudan a la mitad de los entrenamientos para que no se obsesionen y se conviertan en entrenadores en la sombra; “los padres saben que si no respetan los valores del Barça los echaremos a ellos y a sus hijos, el comportamiento debe ser ejemplar”, dice Puig. La manera como los clubs y las escuelas afrontan los comportamientos incívicos es fundamental para acabar con el padre hooligan. Cerdà pone el ejemplo de un club que recientemente vetó la entrada de un padre a sus instalaciones por agredir a un árbitro. “Los padres han de saber que jugar lo mejor posible no significa ser el mejor y anular al rival”, recomienda Jaume Cruz, psicólogo del deporte de la UAB que pone como ejemplo de buenas prácticas a la Masia del Barça. En el campo de juego, pues, no todo se vale.

**Publicado en "La Vanguardia"

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